Nido Blando

Una comunidad fuera de lo común

"Dímelo y lo olvidaré. Muéstramelo y lo recordaré. Involúcrame y aprenderé". Esta frase es la síntesis de un proyecto que comenzó allá por 2018 y que, sobre el último tramo del 2019, finalizó con un gesto ejemplar de toda una comunidad.
martes, 12 de noviembre de 2019 · 15:26

Por María Marta Martínez 

Aguada de Guerra es un paraje de la provincia de Río Negro, ubicado sobre la Ruta Nacional N°23. Además de ser el punto referencial del área norte de la Meseta de Somuncurá (Área Natural Protegida), sus - no más - de 300 habitantes, entre los que predominan crianceros, tienen el orgullo de ser los anfitriones de la Fiesta Provincial de la Cabra. Pasada la celebración, este pueblo transita sus días con la tranquilidad y quietud típica de quienes habitan la estepa patagónica.

Hace un tiempo (2018) un maestro de la Escuela Hogar N° 151 de Aguada, se acercó a un docente de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), para comentarle sobre lo mucho que hay por hacer en su pueblo. Esa fue la punta del hilo de esta historia, cuya trama estuvo atravesada por el trabajo conjunto de todo un pueblo y su desenlace no pudo ser mejor.

Del mapa al territorio

A través de un proyecto de Extensión de la Universidad Nacional de Río Negro, y conociendo la predisposición de los habitantes de Aguada de Guerra para mejorar sus espacios públicos, un equipo integrado por cinco docentes y tres estudiantes de la carrera de Arquitectura y Diseño de Interiores y Mobiliario de la Sede Alto Valle y Valle Medio (General Roca) llevó a cabo un estudio territorial integral de la localidad que arrojó resultados muy interesantes.

Hablamos con la Arquitecta (UNLP) Florencia Gomez Saibene, actual docente en la carrera de Arquitectura y Diseño de Interiores y Mobiliario de la UNRN y directora de este proyecto.

“Aguada de Guerra es uno de esos lugares donde uno se pregunta ¿qué hacen las personas acá? Los terrenos se regalan, los autos se dejan en la calle sin cerrar y con todo adentro. Donde hay un cerro al que todos ven, pero no suben porque `está lejos` o, en realidad `tan cerca` que `ya iré`; donde Perla de 9 años vive en la escuela (al otro lado de la ruta) durante la semana y el fin de semana se cruza - la ruta - para estar con su mamá; donde una parte de la comunidad se junta los viernes a “charlar con mates” porque se hace necesario el intercambio y la contención”, describe Florencia sus impresiones sobre este pequeño poblado de la Línea Sur rionegrina.

“Estudiando el territorio llegamos a la conclusión de que en Aguada predomina el vacío, el espacio público está olvidado, a pesar de que la comunidad busca continuamente espacios de contención y excusas para encontrarse y relacionarse”, explica.

Aguada de Guerra es un pueblo atravesado, de punta a punta, por una Ruta Nacional. "Al hablar con los representantes de la Comisión de Fomento observamos que se venían enfocando los esfuerzos por reacondicionar aéreas de la ciudad “del lado de la ruta” donde están los edificios públicos, mientas que la mayor cantidad de población está concentrada, en la vera de enfrente de la ruta 23".

Conociendo este antecedente el equipo del proyecto, decididamente, apuntó todos los focos para el lado de la gente (literalmente) y qué mejor que llevarlo a cabo dándole vida a un olvidado espacio público del paraje. 

“De ese lado de la ruta, estaba la Plaza de los Pinos, como la llaman ellos. Al estudiar el territorio pudimos observar que se encuentra en un punto estratégico que permite vincular a la comunidad en sentido transversal a la ruta que cruza el pueblo”, detalla Florencia.

Así, se definió poner en valor la "Plaza de los Pinos”, situada frente a la estación de trenes, con la participación colaborativa de todos los vecinos. Y así se hizo.


Vamos a la Plaza

En un trabajo en conjunto entre los vecinos y los integrantes del proyecto se hizo un replanteo de la plaza y se la acondicionó como un nuevo lugar de encuentro y socialización. Desde el comienzo del proyecto la idea fue construir un objeto que sea la piedra fundamental y su materialización debía ser un elemento que refleje la identidad de la comunidad, un objeto que tuviera un valor agregado. 

Para eso se diseñó un banco de plaza cuyo fin era que pudiera ser construido con piedras del lugar (de bajo costo y fácil armado) y, por otro, que el banco sea un nuevo espacio de encuentro. “De esta forma, ellos podrán replicar ese elemento en otros espacios de valor de su localidad, como El Cerro de la Cruz o la Rinconada. Además, los vecinos aprendieron rápidamente cómo construirlos”, cuenta Florencia.  

Florencia recuerda que los niños fueron el motor de acción junto al equipo y eso hizo que los adultos de la comunidad, que observaban, finalmente, no pudieron contenerse, y decidieron aportar: “¿Cómo puedo ayudar?”. 

“Así de mágico fue nuestro hacer. El clima nos hizo un guiño, los pinos parecían contentos y las piedras a un costado del camino esperaban su momento de protagonismo y revalorización. Mientras tanto, entre mates, torta fritas, panchoque, guitarra y ganas fuimos, entre todos, mejorando ese espacio que parecía olvidado”, recuerda Florencia.

Sin dudas, lo más gratificante de toda esta historia fue el intercambio entre el equipo de la Universidad con la gente de la comunidad. “Ellos mismos nos decían que era la primera vez que el pueblo se reunía todo para un fin común, dejando de lado las diferencias entre ellos, las mismas que existen en todo pueblo chico”.

Memoria emotiva  

La  directora de esta iniciativa que logró generar un sentido de comunidad en un pueblo donde no había espacios en común, reflexiona en voz alta y dice:

"Mejoramos una plaza, diseñamos unos bancos y crecimos como hace años no hacíamos”, concluye la directora de esta iniciativa.

“Reacondicionamos una plaza, pusimos unos bancos y un cartel. Eso hicimos. Sólo eso. Y ahí aprendí que lo importante no es qué, sino cómo. Fuimos despacito, mirando alrededor, comunicándonos con la mirada, con gestos. Los niños inmediatamente comenzaron a copiar lo que hacíamos: juntar adobe y ponerlo al borde del camino. Y, mientras trabajábamos, nos contaban las historias que vivieron y viven en ese espacio, donde los pinos son los protagonistas, confidentes y compañeros, que los contienen cuando el clima se encrudece. Aguada de Guerra me enseñó tantas cosas en tan poco tiempo que me emociona. Mejoramos una plaza, diseñamos unos bancos y crecimos como hace años no hacíamos”, concluye la directora de esta iniciativa que logró generar un sentido de comunidad en un pueblo donde no había espacios en común. 

 

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