DIA DEL AMIGO

Elvirita, la amiga que perdía los anteojos

Para los amigos, una mesa bien servida, un vino, una carta, un llamado, una anécdota, un mensaje, una camarita, un abrazo, una foto, un mate, y recuerdos, muchos recuerdos.
lunes, 20 de julio de 2020 · 16:46

Se llamaba Elvira, vivía en una de las piezas de abajo en el conventillo y su madre, viuda, se llamaba Doña Cándida. Elvira era "Elvirita" para todos porque así la llamaba su mamá a la hora de la lecha de la tarde con pan y manteca. Usaba anteojos, era la única chica del barrio que llevaba ese aparato extraño, de patillas pesadas y marco de cuadro antiguo. Cuando corría para jugar a las escondidas, se le caían, y la descubríamos en el rastro que dejaba los anteojos en el camino.¡ allí está!, ¡allí está!, gritábamos triunfantes, sin importarnos la humillación que padecía nuestra amiga. 

En la misma cuadra, de esa calle Salón al 500 de Barracas, unas puertas más allá, había un inquilinato con menos piezas, lo que le daba una categoría más importante que al conventillo. Allí vivían las hermanas Elida y Mirta. Nunca supimos porqué no estaban sus padres con ellas, solo  una tía vieja y su hija grande que las cuidaban mucho. Por las tardes salíamos a jugar a la calle y en el encuentro, las hermanas formaban un cuadro temible: para todo estaban juntas y dispuestas a defenderse ante cualquier ataque viniera de donde viniera. Elvirita se cuidaba de ellas, solía guardar distancia y algunos silencios porque su mayor preocupación era proteger sus lentes. Las hermanas amenazaban quitárselos ante alguna diferencia en los resultados del juego en acción y allí comenzaba una guerra que concluía cuando aparecía la tía vieja. Así transcurrían los días, las tardes y los juegos.

Un día, Elvirita no salió a jugar. Yo la llamé insistentemente ya que era mi amiga además de mi vecina y preferida. Doña Cándida me respondió: "hoy no sale Elvirita, está descompuesta". Sentí un dolor en el medio del estómago, mi amiga, ¿enferma?. Salí, me encontré con el resto de los chicos y alguno, al pasar, preguntó por ella: "está enferma", dije y todos seguimos jugando. Pero ya nada era lo mismo. Las escondidas resultaron aburridas porque faltó ese momento del escondite revelado por los anteojos de Elvirita.Las hermanas se fueron muy serias a su casa y cada uno a la suya. Pasaron dos días sin juegos en la calle porque llovía mucho. En el encierro obligado en la única pieza en la que vivíamos cada familia, se improvisaban juegos de mesa, costuras para vestir las muñecas, dibujos en papel de resabio que traía mi papá de la fábrica y peleas entre hermanos.  

La sorpresa llegó con la única visita que tuvimos la segunda tarde de lluvia :¡Elvirita!. Me puse muy contenta, me preocupé por su salud a pesar de verla muy bien en su aspecto. Ella tímidamente y en voz baja me susurró "nunca estuve enferma"; sorprendida le pregunté: ¿"y porqué mentiste?". La confesión no se hizo esperar: "lo que pasa es que yo no puedo jugar a las escondidas porque se me caen los anteojos y me descubren enseguida, y eso no me gusta, así que prefiero no jugar más y listo".

Ese renunciamiento de mi amiga, me impactó de tal manera que tuve ganas de salir corriendo y hacer una movilización infantil de pedidos de perdón en masa. La abracé fuerte y le pedí que volviera a salir y que cambiaríamos el juego de las escondidas por otro, que lo iba a proponer en el grupo. Pensé en la rayuela, la payana, al yo-yo, a las figuritas, las estatuas, las adivinanzas.¡Había tantos otros que se podían hacer sin que corriera el riesgo de que sus anteojos fuesen los causantes de tantas frustraciones!, pensé.

Tomamos la leche juntas con el pan con manteca, y en la complicidad del plan preparado entre ambas, sentí que habíamos logrado sellar una amistad para toda la vida. 

Hoy no sé de ella ni de sus anteojos, pero cada vez que la recuerdo , cierro los ojos y juego a las escondidas con ella  y cuando la encuentro la abrazo fuerte, y nos reímos mucho, mucho mientras me mira detrás de sus bellos anteojos.

 

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