LA OTRA PANDEMIA

Sin centros de jubilados, la soledad se vuelve más peligrosa

Los jubilados están en el grupo de riesgo más importante no solo por el coronavirus sino también, por la falta de rutinas que se transforman en depresión.
domingo, 23 de agosto de 2020 · 00:00

Quedate en casa”, es el mensaje más repetido de los últimos cinco meses. Sobre todo el mensaje para los jubilados, que los obligó a cambiar su rutina sin tener la posibilidad de reinventarse, y al igual que los niños sin las escuelas, se quedaron sin la referencia diaria de los Centros de Jubilados.

Huanguelen es uno de eso Centros que tuvo que cerrar, está ubicado en el barrio Anai Mapu de Cipolletti y actualmente tiene 320 socios, a los que asiste a través del programa probienestar del Pami. Pero también cuenta con socios adherentes que permiten, con su cuota mensual, con sus donaciones y su presencia mantener en pie aún hoy, en medio de la pandemia, este lugar que funciona hace más de 20 años.

¿Qué hacían antes del 20 de marzo los jubilados? Nélida Ferradas, presidenta del Centro de Jubilados Hanguelen y Silvia Etchandi coordinadora del lugar contaron a este diario que antes de la cuarentena organizaban bingos, se juntaban a cocinar empanadas para vender, organizaban rifas y armaban los bolsones para entregar. Así iban pasando los días ocupados pensando qué era lo próximo por hacer.

¿Qué cambió después del 20 de marzo? Todo. Esa rutina lógicamente ya no existe, armar los bolsones y entregarlos, tampoco. Ahora Pami deposita el importe (poco más de $500 que es el valor del módulo) junto a los haberes de los jubilados. No hubo organización para cocinar el locro tradicional, ni bingos, ni viajes de excursión, no hay charlas ni discusiones y para muchos de ellos los días se hacen cada vez más largos, invadiéndolos una angustia cada vez más difícil de soportar.

Las referentes relatan que Huanguelen tenía distintas realidades: estaban aquellos que iban sólo a buscar el bolsón, pero predominaban quienes con esa excusa se quedaban un rato jugando a las cartas, amasando unas tortas fritas o arreglando la huerta.  Ese lugar los motivaba a levantarse y a salir. Nadie le decía al otro qué tenía que hacer, ellos iban y podían hacer lo que querían. “El Centro era su lugar”, afirman.

Y hay que hablar en pasado porque hoy nada de lo que hacían es posible. El riesgo para ellos es mayor que para el resto de la sociedad. ¿Pero se pensó realmente si quedarse en su casa era lo mejor? Las realidades que Silvia y Nelly cuentan son sólo algunos casos, entre miles, porque la realidad es que más allá que los abuelos sean asistidos, no se logra abarcar a todos. ¿Se llegó a dimensionar acaso que hay un elevado número de personas mayores de 70 años que no saben leer ni escribir? Ellos son los que siguen haciendo fila en los bancos, son los que, a pesar de tener que ir al médico, no pueden ir, no porque tengan miedo, sino por una cuestión de accesibilidad, no todos pueden sacar un turno online o manejarse en taxi, cuentan las referentes de los jubilados. “No es tan fácil para los abuelos, hay muchos que tienen posibilidades y hay otros que no las están teniendo y no los podemos visualizar”, sostuvo Silvia.

El caso de Luis deja al descubierto una parte de esa realidad que no se conoce. Él era miembro de la Comisión del Centro de Jubilados, uno de los abuelos más activos. Iba todos los días, salía en su bicicleta amarilla, iba y venía. “El centro de jubilados era su vida”, dicen ambas mujeres consultadas. Recorría la ciudad de punta a punta, le avisaba a los abuelos un día antes que podían pasar a retirar el bolsón de comida. “Él tenía esa actividad, le encantaba, era feliz”, dicen.

Luis

Las pocas veces que salió en cuarentena la Policía lo siguió para que volviera a su casa, una de esas veces pasó por lo de Silvia, bien tapado con su campera, su gorrita y el barbijo, y le dijo “no me siento bien, estoy amargado”.  Preocupada al otro día lo fue a ver.  “Ahí recién me encuentro con la realidad, sin gorra, campera y barbijo, Luis era un esqueleto”, cuenta.

No tenía un incentivo, las pocas veces que salió a pedalear lo persiguieron y no estaba hecho para ese estilo de vida. “Se te enferma el cuerpo, te cortan las alas y dejaste de sociabilizar”, explica Silvia. Podría haber tenido charlas por teléfono con otros jubilados, pero no era una posibilidad, Luis no sabía leer ni escribir, como otros tantos jubilados, por eso la tecnología a él no le facilitó transitar el encierro. "Luisito se fue quedando", se entregó  y una semana después de ese encuentro con Silvia, murió.

Entonces, ¿se puede pensar en abrir el Centro de Jubilados? Sí, claro, “pero no es este el momento” afirmó Silvia.

“Están las ganas, las necesidades, la vida de estas personas está atravesada por el lugar que consideran parte fundamental de su vida, tanto para aquellos que tienen familia como para los que no, por eso ante la imposibilidad de abarcar la realidad de cada uno de ellos, es necesario contar con una sociedad más empática”, analizó Silvia, quien pidió revalorizar a los jubilados para permitirle volver a una rutina, seguramente con más cuidados. Urge hacer algo y evitar ese sentimiento de soledad y tristeza que, en definitiva se termina volviendo igual o más peligrosa que el propio virus.

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